Me doy cuenta. Soy consciente de ello. Estoy empezando a rozar la zona en la que me estoy preparando mis proyectos para “hacerlos”.
Ya no solo pensarlos por encima, en plan propuesta y venderlos.
Es un gran paso, aunque no lo parezca, que requiere valor, creatividad y tiempo. Es como si ya no pudieras engañar más a la mente, teniéndola todo el día ocupada con cosas “previas”. Me siento como si tuviera que ir a las trincheras, a primera línea de fuego.
Ayer hacía pruebas con un proyector que me ha dejado una buena amiga mía y sentí ese rum-rum de ver “la cosa” casi real. Y me descubro imaginando y ya me empiezo a visualizar haciendo mis talleres y charlas.
Tengo varios proyectos y no los puedo hacer todos a la vez. Así que me centro en uno, solamente. Pero cuando me acerco al tema, igual como cuando pongo zoom en mi microscopio y lo amplio, lo veo enorme.
Entonces, se torna casi un monstruo inmanejable y parece todo inalcanzable. Es entonces cuando lo desmenuzo, minuciosamente y de forma muy consciente, en pedacitos, menos “monstruosos”. Y lo que aparentaba una masa inabastable, se convierte en un sinfín de pequeñas tareas, del todo realizables.
Me concentro en ellas y cada día termino algunas. Una vez realizadas hay que hacer algunos ajustes finales para que, de nuevo, vuelvan a configurar, unidas, ese proyecto monstruoso que parecía imposible de realizar.
Siempre hay que hacer ajustes, ser flexible y adaptarse a las circunstancias. Todas las especies animales lo hacen si quieren sobrevivir evolutivamente.
Yo soy una freelance evolucionando desde el caldo primordial, donde no tenía nada definido, ni objetivos, ni dirección, ni forma, ni nada. Ahora siento como si me hubieran salido unos pequeños cilios (como pelitos cortos móviles) y pudiera ir desplazándome, aunque a mi me parece que muy lentamente, hacia mis objetivos.
Me es de gran ayuda hablar con otras personas emprendedoras.
Es como “pillar mutaciones”, que se adaptan perfectamente a tus genes y te permiten evolucionar. Tipo Pokemon (¡que horror!).
Hablar de tus temas te permite, en primer lugar, escucharte a ti misma y ser consciente de lo que estás pensando. ¡Solemos ser tan ajenas, a veces, a nuestros pensamientos más íntimos! Que poco nos escuchamos. Y claro, luego vamos de golpe a toda prisa, con propulsores de ciencia ficción, y como no hemos entrenado a la velocidad propulsora de unos cilios, para practicar nuestra capacidad de decidir, vamos “como pollo sin cabeza” (esta expresión es terrorífica) y no sabemos ni para dónde “corremos”.
Pero ya no tenemos tiempo para nada, ni para pensar hacia dónde queremos ir. Porque ya no hay freno posible y la sociedad consumista nos lleva a toda velocidad y ya no tenemos tiempo para lo importante. La famosa rueda de hámster, que me gusta tanto mencionar.
Hablar de tus temas te permite, también, tomar perspectiva de tus asuntos, relativizar y quitar hierro a tus problemas. A veces, encontrando, tu misma (ojito con este detalle), la solución. ¡Qué empoderante!
Y es que, vamos a ver, de qué nos sirve vivir siempre siguiendo órdenes de otros, no pensar en lo que una más quiere en esta vida, en sus propios sueños, en tener suficiente autoestima y coraje para tomar las propias decisiones. Me pregunto yo. Pienso que cada una de nosotras ha venido a esta vida por una razón, con un propósito. Tenía un profesor que decía: “Dejar el mundo un poquito mejor de cómo lo habéis encontrado”. Mensaje muy potente y que no he olvidado nunca, aunque lo escuchara con menos de doce años.
A mi, personalmente, me ha costado muchísimo encontrar mi verdadero objetivo en la vida. Y no me refiero a saber qué carrera estudiar, que eso lo tuve clarísimo que sería veterinaria, sino a la propia “misión” personal en la vida. El ikigai, que llaman los japoneses. Creo que a las personas que están destinadas a ayudar a otras personas a encontrar también su camino, a veces les cuesta encontrar que tienen, precisamente, ese objetivo, porque antes tienen que experimentar por ellas mismas todo el paisaje por recorrer y vivir todas las cosas, para recopilar esa experiencia que no tiene precio y que tanto valor aporta a la vida propia y a la de otras personas.
Os animo a que si, como yo, estáis todavía en ese caldo primordial, con unos aparentemente ineficientes y poco veloces cilios propulsores, no os desaniméis. Tener al menos muy claros vuestros objetivos (que a mi me ha costado lo suyo, poner foco).
Aunque veáis pasar un torpedo a vuestro lado (recordar, probablemente descabezado) vosotras ni caso y más bien aprovechad, precisamente, esta aparente lentitud ciliar, para encontraros a vosotras mismas, aprender a ser líderes de vuestro propio destino, practicar la toma de decisiones, avanzar hacia donde os propongáis, aunque el objetivo parezca lejano. Hacer de los proyectos monstruosos unos trocitos masticables y realizables. Hablar y compartir con personas que os escuchen y se alegren de vuestros avances microscópicos, que vean vuestro potencial, vuestra valentía y se admiren de vuestro esfuerzo, en ese caldo primordial indefinido.
Recordar que la resistencia al movimiento en un “caldo” viscoso, como en el que nos encontramos las emprendedoras al principio, es brutal. Avanzar un milímetro cuesta horrores. Hay que celebrar esos avances visibles solamente al microscopio. Todos. Porque con el tiempo, al mirar atrás, verás el camino recorrido. Y como un caracol, verás por atrás esa estela plateada recorriendo lo impensable.
Y si que habrá momentos en los que será mejor acurrucarse en el caparazón, pero siempre hay que tener una antena fuera, a punto, para no perderse ni una de las oportunidades que, muchas veces, pasan sin ser vistas y que solo una mente abierta, pausada, en el presente y equilibrada es capaz de ver y aprovechar.
Adelante pues, no hay otro camino. Confianza y coraje.